Han pasado seis
años…
Aquella noche salí temprano, bajé al paseo marítimo, hacía una noche
fría, llevaba un resto de la litrona que había abierto hacía apenas cinco
minutos. Tambaleaba, sí, como cada día, desde muy joven me había convertido en
un borracho, ahogaba en alcohol todos mis sentimientos, pero aquella noche todo
cambió.
Al llegar la policía yo me hallaba en la
arena, tiritando y con la sensación de volver a nacer, mientras el cuerpo yacía
junto a mí con la botella rota medio clavada en el cuello. Ella no tardó en
llegar, una mujer estirada y de pelo rubio cuyo sombrero tapaba la parte
superior de su cara, contó a la policía cómo había tenido lugar el suceso, acto
seguido nos vimos todos en comisaría, los médicos se hicieron cargo del cuerpo,
aunque ya poco podían hacer. Yo estaba petrificado, me quedé sin habla, no
sabía qué decir, me había quedado en estado de shock y cuando al fin conseguí
articular palabra fue para darme cuenta de que se me había pasado la borrachera,
fue una extraña sensación, no me acordaba de nada, estaba totalmente hundido,
acabado, fue en aquel momento cuando rompí a llorar, aunque a nadie pareció
importarle mi gesto derrotado.
Fue a los pocos días de aquello cuando sorprendentemente
y de forma progresiva comencé a recordar con más exactitud los detalles del
suceso. Es por eso que hoy escribo esta hoja, prólogo de mi diario, y
comprenderán ustedes que si estoy aquí no es por casualidad.
Cierto, aquella noche salí temprano y coincidencias del destino me
hicieron bajar al paseo marítimo, lugar que no solía frecuentar porque el
viento y el frío a ciertas horas hacían mella en mi borrachera, compañera casi
permanente. Al llegar oí gritos y llantos de una mujer que parecía necesitar
ayuda. Enfocando la vista con dificultad pude distinguir dos sombras en la arena
que parecían corresponder a dos personas, la botella cayó al suelo y me dispuse
a avanzar hacia el lugar en que se encontraban. A medida que fui avanzando
comencé a ver la escena con más claridad. Allí estaba ella, recibiendo golpes
del que supuse sería su marido o compañero, un hombre moreno, alto y corpulento
con cara de pocos amigos. No lo dudé un segundo, me avancé hacia él y los dos
caímos al suelo. Pero su superioridad física era manifiesta y no tardó en
deshacerse de mí de un manotazo. Comenzó a arrinconarme hacia la orilla, apenas
pude retroceder gateando y cuando comencé a notar el agua en mis rodillas
conseguí levantarme con gran esfuerzo. Pero aquél hombre me cogió del cuello y
comenzó a introducirme cada vez más en el agua. Estaba sin respiración y a
punto de perder el conocimiento cuando vi cómo la mujer se acercaba por detrás,
agarraba con fuerza los restos de la botella rota. Por un momento pensé que me salvaría
la vida, pero no tuve esa suerte.
Al
llegar la policía yo me hallaba en la arena, tiritando y con la sensación de
volver a nacer, mientras el cuerpo yacía junto a mí con la botella rota medio
clavada en el cuello. Ella no tardó en llegar, una mujer estirada y de pelo
rubio cuyo sombrero tapaba la parte superior de su cara, contó a la policía
cómo había tenido lugar el suceso, acto seguido nos vimos todos en comisaría,
los médicos se hicieron cargo del cuerpo, aunque ya poco podían hacer. Yo estaba
petrificado, me quedé sin habla, no sabía qué decir, me había quedado en estado
de shock y cuando al fin conseguí articular palabra fue para darme cuenta de
que se me había pasado la borrachera, fue una extraña sensación, no me acordaba
de nada, estaba totalmente hundido, acabado, fue en aquel momento cuando rompí
a llorar, aunque a nadie pareció importarle mi derrotado gesto.
Aquella noche salí temprano, bajé al paseo marítimo, hacía una noche
fría, llevaba un resto de la litrona que había abierto hacía apenas cinco
minutos, tambaleaba, sí, como cada día, desde muy joven me había convertido en
un borracho, ahogaba en alcohol todos mis sentimientos, pero aquella noche todo
cambió.
.
Han pasado seis años.